Carta de los Editores
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Resumen
Había una vez una sociedad acostumbrada a dar por hecho que las libertades de movimiento, que las actividades económicas y el libre albedrío para convivir entre personas estaban aseguradas, y que su continuidad eran un hecho irrefutable. El surgimiento de la pandemia más grande en la historia moderna puso en entredicho lo que realmente significa el margen de libertad que se tiene como ser humano ante los grandes componentes de la naturaleza. Las certezas sociales, culturales, económicas y políticas que se tenían hasta antes de esta crisis sanitaria se vinieron abajo. El COVID-19 representa un baño de agua fría sobre la fragilidad de la condición humana asentada sobre grandes territorios. La pandemia saca a relucir los temores más profundos que aquejan desde siempre a la humanidad: el miedo a la muerte en aislamiento. El denominado virus SARSCoV-2 (como gestación natural, o elaborado en una cocina o en un laboratorio, para el caso es lo mismo) revela la crisis de conciencia sobre insensatez del estilo de vida moderno y el abuso indiscriminado de los recursos de la naturaleza.
La aparición repentina de la COVID-19 no es un acto aislado. Como se sabe, en 1918 murieron 60 millones de personas y el 25% de la población se vio afectada por la irrupción de la llamada gripe española, que demostró ser más letal que las dos grandes Guerras Mundiales juntas. Se trata de la madre de todas las pandemias, más mortífera que la peste del Peloponesio, que la plaga Antonina, la plaga de Justiniano y la peste negra. Desde la segunda década del siglo pasado, los coronavirus amenazan silenciosamente con volver a aparecer en la escena mundial. En el 2009, el virus A(H1N1) tomó por sorpresa al Gobierno de México, igual que unos años antes, en el 2003 la aparición de un virus con la denominación SARS en la provincia Guangdong en el sureste de China. Desde entonces, los epidemiólogos sabían de las terribles consecuencias para la salud si nuevamente irrumpe un coronavirus en la población mundial, sin embargo, ante este riesgo siempre latente, que no va desaparecer, las preguntas son innevitables: ¿por qué no estamos llenos de información sobre los coronavirus?, ¿por qué los gobiernos de todo el mundo y los organismos internacionales en materia de salud y educación no han emprendido una conciencia de prevención sobre los cuidados que la humanidad debe mantener en toda circunstancia de la dinámica social?
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